Ishiguro es, sin duda, un muy buen escritor. Con su novela "Lo que resta del día" (convertida en película en una brillante e inolvidable versión) consiguió una obra maestra. En esta novela, lejos está de sí mismo.
Un detective famoso, nacido en Shangai, de donde fue llevado a Inglaterra, siendo niño, a causa de la misteriosa desaparición de sus padres, decide regresar a su país, justamente para averiguar qué pasó. El retorno se produce en momentos de la guerra chino-japonesa (en los años treinta) y le permite a Ishiguro hablar de todo un poco. Usa distintos modos literarios para narrar una historia, que bien pudo haber sido una franca historia policial, y los maneja con oficio. Eso es todo. La novela cae en baches, resulta tediosa en muchos pasajes y, de no estar firmada por quien la firma, ni siquiera debiera ser considerada.
Ishiguro, después de haber alcanzado las alturas que logró en "Lo que resta del día", debiera haber adquirido mayor auto-crítica y saber que una novela como ésta más que merecer la publicación merecía ser arrojada a la basura.
